martes, 25 de noviembre de 2025

"La Haine" 30 años después

 Ayer volví a ver, después de muchos años, la película de La Haine, dirigida hace ya 30 años por el jóven Mathieu Kassovitz. Fue en su día una película de referencia, que sacó a la luz de una forma muy efectiva, por lo directo y crudo del mensaje, la problemática de las banlieues populares en Francia: un fenómeno de segregación urbana al que no escapa la mayoría de las ciudades europeas, pero muy marcado especialmente por un tipo de urbanismo específico desarrollado en Francia, los grands ensembles, que acabó reuniendo en espacios ampliamente degradados a hijos de la inmigración, el fracaso escolar, la discriminación laboral y étnica, la pobreza, la exclusión, la drogadicción, la delincuencia... Menudo cóctel.

La sociología francesa ha dedicado décadas de trabajos en profundidad al estudio de las banlieues, estudiando tanto a los jóvenes de los barrios como también a los policías que operan en las cités. Desde los años 1980 las banlieues fueron objeto de recurrentes noticias por períodicos estallidos de violencia (La Haine se inspira en uno de estos episodios), aunque también por sus reacciones políticas: cómo no recordar a Nicolas Sarkozy cuando, siendo Ministro del Interior, llamó a los chicos de la banlieue "bande de racaille" ("chusma") a la que él iba a "nettoyer au Karcher" ("limpiar con la Karcher (sic.)"). Con menos foco mediático, no obstante, las banlieues han sido objeto, también en las últimas décadas, de procesos de renovación urbana, rehabilitación y demolición de edificios insalubres, así como de los proyectos más amplios de remodelación del paisaje urbano como la faraónica extensión del metro de París que actualmente se está llevando a cabo, que obviamente tendrá consecuencias sobre los entornos urbanos más degradados.

¿Está La Haine de actualidad? Me de la impresión de que no de la misma manera que en décadas pasadas. No porque el problema se haya resuelto (ciertamente no), sino precisamente porque en nuestras sociedades europeas se está intentando tapar el fenómeno de la exclusión y la segregación urbana, como si no ocurriera, como si los mismos procesos no se estuvieran reproduciendo igual que hace 30 años o incluso de forma más profunda. Esto es muy importante, y es que creo que el foco está cambiando peligrosamente de lugar. La segregación urbana está tan estrechamente vinculada a la inmigración, que una alternativa sería mantener el silencio sobre el problema para mantener el mito del "muro de contención" de la politización de la inmigración. Pero esto ya no funciona: es cosa de ver las últimas encuestas en Cataluña para hacese una idea. El problema es que, ante este panorama, ver a las víctimas de la segregación urbana como en La Haine puede ser tachado de miserabilismo, de ponerse del lado de los "delincuentes callejeros que siembran el terror en nuestras ciudades" (sic.). Si ya hace 20 años de la "racaille" de Sarkozy, ¿qué no será hoy cuando está extendiendose por toda Europa un malestar egoista contra los "perdidos" de la segregación urbana?

Dicho esto, vale mucho la pena (volver a) ver La Haine. A mí los personajes tampoco me resultan empáticos (algunas veces Saïd, algunas veces Hubert, nunca Vinz), pero la complejidad de la realidad que reflejan deja muchas puertas abiertas a la reflexión. 30 años después, con una estética, eso sí, bien diferente, con referentes culturales de otro tiempo, es una película a la que merece aproximarse, especialmente para verla con una mirada sociológica de su época y también de la época actual.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Los "intelectuales" de la universidad

Dominique Schnapper en su libro de memorias Travailler et aimer cuenta una anécdota que le ocurre a ella y a su padre, Raymond Aron, en pleno mayo del 68 (la traducción es mía):

"Mi situación en el Centro, entre Aron y Bourdieu, era evidentemente muy poco confortable. Escuchaba con indignación ese lenguaje revolucionario, cuando todos nosotros eramos pequeños burgueses más o menos acomodados, instalados en el confort de la función pública para el resto de nuestras vidas, alimentados por la República y perfectamente libres de criticarla. Me sentía muy ajena al movimiento en la forma que tomaba, por lo menos dentro de los laboratorios de ciencias sociales [...] Episodio cómico: en medio de la "revolución", Edgar Morin le pidió una cita a Raymond Aron. Yo me preocupé un poco, porque Edgar Morin estaba en el centro del movimiento. Mi inquietud era completamente infundada: ¡vino a contarle sus problemas de carrera en el CNRS! Era ligeramente surrealista para un "revolucionario"... [...] Me indignaba, por mi propia concepción de la sociología, al ver a mis colegas participar directamente en ese movimiento, como si su práctica profesional no sirviera más que para dar argumentos a la "revolución" en lugar de relativizarla, apreciarla, criticarla y comprenderla. Incluso algunos de ellos no dudaban en afirmar que su actividad de investigadores les hacía participar en la revolución en curso, que luchaban con las "masas", las "clases desfavorecidas" y los "dominados" contra los "dominantes". Cuando tenían preocupaciones profesionales, contaban que era por culpa de la tiranía del gobierno, ¡cuando en aquella época se promocionaba en el mundo académico siendo de izquierdas o comunista! En fin, me parecía que ahí había una mala fe bastante insoportable" (pp. 58-60)

Me parece que esto nos enseña que hay que fiarse más bien poco, o nada, de las cuitas y luchas que involucran a los académicos, especialmente en las ciencias sociales. Detrás de intereses de supuesta justicia, o de "mejorar el mundo", la mayoría de las veces no hay más que luchas de egos, preocupaciones de promoción y ascenso y mucho, mucho egoísmo.

martes, 11 de noviembre de 2025

jueves, 6 de noviembre de 2025

¿Cómo es que el cine sigue siendo igual que hace 20 años?

Durante algunas épocas de mi vida fui habitual de las salas de cine. Particularmente entre 2006 y 2007, los años en que estuve acabando mi tesis doctoral en París, fui prácticamente al cine cada día, disfrutando muchas tardes de dos sesiones seguidas, e incluso alguna vez de tres. En aquellos años lo ví todo o prácticamente todo. Realmente era el momento propicio: la oferta de cine de París era entonces (ahora no lo sé, la verdad) espectacular, inigualable, inacabable, mundial... Se podía ver cine de todas partes del mundo, de todas las épocas, la red de salas de cine era impresionante y las opciones de abonos para usuarios frecuentes eran tan beneficiosas que tenían que aprovecharse. Cada entrada salía para un abonado frecuente por una cantidad irrisoria si, como era mi caso, consumía unas 20 películas al mes, si no más. Era una válvula de escape magnífica, tras jornadas de trabajo pegado al ordenador escribiendo, pasar la tarde-noche entera en el cine. Vaya si aproveché la ocasión aquellos años.

Después, al regresar a España, bajé el ritmo. Ni la oferta de Madrid, y después de Barcelona, es la misma, ni aquí han existido nunca los abonos de los que disfruté en París. Aún así, seguí yendo al cine con bastante frecuencia hasta exactamente el año 2013, cuando nació mi hijo. Entonces dejé completamente de ir al cine y después, con los años, pasé a consumir productos audiovisuales y cine infantil, que tampoco está nada mal. Son épocas de la vida.

El caso es que la otra tarde volví al cine, a una de las pocas salas de referencia que quedan en Barcelona. Lo viví como algo importante: una especie de regreso a las raices. La primera constatación es que el cine estaba casi vacío: eramos cuatro gatos en la sala, todo un viernes por la tarde. Todos los presentes peinando canas. Salvo una pareja más jóven, que rondaría los 40, yo creo que era uno de los más jóvenes entre las alrededor de 15 personas que estábamos allí.

Pero lo que más me sorprendió, y es donde quería llegar, es que, leyendo las descripciones y viendo los trailers de las películas que se ofertaban, viendo los anuncios de las películas que se anuncian para las próximas semanas y meses y la propia película que elegí, es tener una tremenda e incómoda sensación de déjà vu. Casi 20 años después de la gran inmersión en el cine parisino, tuve la impresión de que las narraciones, las problemáticas, los personajes, los escenarios y las escenas, los contextos, las formas de actuar, los lenguajes, la música, los guiones... son los mismos que yo consumía hace 20 años. ¡Hasta la sintonía del programa Europa Cinemas es la misma! ¿Se ha quedado el cine anquilosado? Tuve una desasosegante sensación de que el tiempo no había pasado. Allí estaba yo, viendo una película de hoy... contada igual que hace 20 años. Me parece que pocos ámbitos de nuestra sociedad pueden decir lo mismo. Eso sí, tiene pinta de que a las nuevas generaciones el consumo de este tipo de producto cultural no les interesa demasiado. En fin.. volveré al cine, porque es siempre una magnífica experiencia, pero espero que no vuelva a ser otro viaje igual en el túnel del tiempo, que ni siquiera evoca nostalgia.