Recién publicado en español en Akal, el último libro que dejó preparado Erik Olin Wright antes de dejarnos a principios de 2019 es sobre todo una invitación a pensar el futuro de nuestras sociedades en torno a alternativas que afronten las consecuencias más nefastas del capitalismo. El título me parece por ello un tanto exagerado, pues no es un manual para "anticapitalistas" ni mucho menos, aunque el autor nos avisa de ello en la introducción, pero está claro que vende mucho más con este encabezamiento que algo así como "cómo ser socialdemócrata en el siglo XXI" o "manual para reformistas democráticos", entre otras alternativas sin duda descartables y descartadas.
sábado, 26 de diciembre de 2020
"Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI" de Erik Olin Wright
viernes, 18 de diciembre de 2020
Tres meses de docencia "presencial a distancia"
Llega un merecido descanso a la actividad docente, aunque el semestre universitario de otoño-invierno aún tiene su punto álgido en el mes de enero. Ha sido un semestre muy extraño, ya que empezamos, al menos en la Universidad de Barcelona, con un sistema de presencia alterna por semanas por parte de los estudiantes. Era un sistema que ellos mismos han contado que no les funcionaba realmente, generaba tensión entre los docentes (yo acabé agotado más de un día de estar hablando en clase con la mascarilla), los estudiantes desde casa no se enteraban ni de la mitad del contenido y nosotros tampoco es que estuviéramos especialmente preparados para la situación.
Pronto nos obligaron a pasar a una docencia online, que en realidad no es tal. La docencia online deja mucho espacio para el trabajo autónomo, pero esta que hemos tenido nosotros, en realidad, ha sido una "docencia presencial (había que estar presente en clase en horarios fijos) a distancia". Me consta que para los estudiantes no ha sido fácil: en el curso de Técnicas de investigación, tanto para alumnos de Grado como de Master, tuvimos sendas experiencias de grupo de discusión virtual donde los estudiantes compartieron sus experiencias sobre la cuestión. No todo en su narración era negativo, no obstante, pero quedó claro que con esta situación tan prolongada se les está hurtando la magnífica e inolvidable experiencia de estudiar en la universidad: la socialización y sociabilidad en el entorno, los recursos de todo tipo que ofrece la universidad... son aspectos que apenas han podido disfrutar y la perspectiva no es nada halagüeña.
Algunos aspectos, sin embargo, pueden reseñarse positivamente. No sé si son las circunstancias actuales o el efecto de este traslado a casa y a distancia, pero al menos en los cursos que imparto me estoy encontrando que la calidad de los trabajos de los estudiantes es muy superior a cuando vivíamos en la situación normal anterior. Se nota un esfuerzo mayor y concentración en las lecturas, en la elaboración de trabajos prácticos... como si el estar siempre en casa ayudara mucho más a concentrarse en el estudio. Sería resultado, de alguna manera, de un cierto recogimiento monacal. Pero que no se me entienda mal: creo que esto nace de la consciencia de la dificultad, que pone en marcha recursos de comunicación que faltan. Por ejemplo, este año los estudiantes se comunican conmigo muchísimo más por correo electrónico. Parece que buscaran ese contacto que nos falta a todos, aunque en condiciones normales la comunicación con buena parte de los estudiantes en nuestro pasado presencial fuera escasa o simplemente nula.
En fin, como solución, la más deseable en una universidad que ha sido siempre presencial sería volver a estar presentes y retomar nuestra vida académica con normalidad, con un "decíamos ayer". Las facultades solitarias directamente dan pena: bibliotecas vacías, pasillos desolados... Necesitamos volver. Aunque es cierto que el aprendizaje en recursos comunicativos virtuales que hemos desarrollado deberemos incorporarlo a nuestro bagaje, para mejorar la enseñanza y para comunicarnos más eficientemente con nuestros estudiantes. No creo que las universidades presenciales deban transformarse en universidades a distancia, pero sí que todo esto debería hacernos reflexionar, en particular en España, sobre la confusión entre presencialidad y presencialismo, reduciendo tal vez las horas de clase y ampliando las posibilidades y capacidades, que vemos que son muchas, del trabajo autónomo de los estudiantes en su propia trayectoria. Veremos qué pasa y cuándo volveremos a la normalidad.
jueves, 17 de diciembre de 2020
Colas obligatorias
Cuando realicé mi tesis etnográfica sobre las colas en las oficinas de extranjeros a mediados de la década del 2000, publicada posteriormente como Les étrangers en Espagne: la file d'attente devant les bureaux de l'immigration, en la revisión teórica emergió una interesante distinción entre las colas voluntarias -la que hacemos (o más bien hacíamos...) ante la taquilla del cine, de un concierto o de una tienda antes de las rebajas- y las colas obligatorias, aquellas que dan acceso a recursos necesarios y escasos, ya sean las que derivan de la espera en las urgencias de un hospital o las que caracterizaron el racionamiento y la escasez en otras épocas. Sobre esta figura de espera obligatoria es bien conocida la propia institución de la cola en la vieja Unión Soviética o en algún otro país en tiempos más recientes. La cola soviética era una cola obligatoria, lo que se opondría a la cola democrática, o incluso a la cola capitalista, que sería predominantemente voluntaria. En todo caso, la experiencia del que está en una u otra situación son bien distintas, como demostré en aquel trabajo que hacía de las colas obligatorias ante las oficinas de extranjeros una muestra del control férreo y la dominación de las sociedades que reciben inmigrantes hacia la propia inmigración.
Pues bien, en el contexto actual estoy empezando a ver colas obligatorias donde antes había predominantemente colas democráticas o capitalistas, es decir, en espacios de supuesta abundancia que impedían que se produjeran esas esperas. La otra mañana me encontré una larga cola para entrar en el supermercado, cada día la veo ante la panadería, ante Correos... Alguien dirá: es por las medidas de seguridad del asunto que ha cambiado nuestras vidas desde marzo de 2020, pero creo que la reflexión puede ir más allá: también son colas de escasez. Tal vez no de recursos basicos directamente (no hay desabastecimiento de alimentos, de momento...), pero sí que restringen o limitan el acceso a los mismos. De alguna manera, me parece una imagen del trasfondo de lo que está ocurriendo: el debilitamiento de nuestras sociedades democráticas con la restricción de nuestros espacios de libertad. ¿Con una motivación securitaria? Por supuesto, pero es que ahí está el quid de la cuestión. Estas "nuevas"colas estarían reflejando la situación de riesgo en las que han entrado nuestras otrora sociedades democráticas. Es otro signo preocupante. Ordinario, banal... lo que quieras, pero nuestra vida social está hecha de esto: significantes y significados. El papel del sociólogo es entrar en ellos y comprender el sentido.
lunes, 18 de mayo de 2020
Encuesta sobre lo que ha estado ocurriendo estos meses (nuevos informes)
Aquí enlazo los informes publicados hasta hoy:
- Relaciones sociales y vida cotidiana en tiempos de Covid-19
- Estados de ánimo antes y después del confinamiento
- Escenarios probables y acciones de futuro
- Religión y espiritualidad durante el confinamiento
- Trabajo y economía familiar durante el confinamiento
sábado, 2 de mayo de 2020
Encuesta sobre lo que ha ocurrido estos meses
Aquí los enlazo:
- Relaciones sociales y vida cotidiana en tiempos de Covid-19
- Estados de ánimo antes y después del confinamiento
- Escenarios probables y acciones de futuro
Recomendación de libro sobre movimientos sociales
Es un libro muy recomendable que pone al día las teorías de los movimientos sociales en el tiempo actual. Aquí el texto completo de la reseña: https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/65723/4564456553358
miércoles, 1 de abril de 2020
Emociones en el encierro
Luego di un salto tremendo al pasar a estudiar las emociones como discurso social. Salí del ámbito de lo que uno experimenta en la interacción y pasamos al entorno del "deber ser". El discurso sobre la felicidad, en la sociedad que se desvanece con la hecatombe actual, se había consolidado como una de esas supercherías baratas para que la gente olvidara las desigualdades e injusticias sociales, las humillaciones cotidianas, la falta de humanidad de una sociedad camino del despeñadero. Estudiamos la "industria de la felicidad", en el marco de la mercantilización de las emociones, idea que planteó hace muchos años la propia Arlie Hochschild, y descubrimos la potenciación radical del individuo que puede comprar la felicidad (obviamente, aquél con dinero para hacerlo, pues las recetas para la felicidad son bastante costosas) y un utilitarismo exacerbado, donde las relaciones sociales solo tienen valor en cuanto que aportan al individuo felicidad, nunca por sí mismas. Una filosofía de vida radicalmente utilitarista e individualista, la verdad, bastante despreciable, pero que había ido haciéndose un hueco importante en nuestra sociedad hasta la actualidad.
Ahora que nos encontramos encerrados en casa, hablar de felicidad en estos términos, pensando en la importancia de hacer sociedad cuando buena parte de nuestras relaciones sociales están en suspenso, resulta un tanto limitado. Lo es, sobre todo, si no tenemos en cuenta todo el conjunto de emociones que puede estar habiendo detrás de las experiencias de todos y cada uno de nosotros en el encierro en nuestras casas. ¿Se puede seguir siendo feliz en esta situación de confinamiento? Por supuesto, pero esto ya no es una cuestión de discurso, es una realidad que hay que observar a partir de la experiencia: la felicidad no se produce aisladamente de emociones socialmente construidas como el sufrimiento, la angustia, el dolor, el duelo, y también, claro está, la alegría, el cariño, el amor (tenemos la suerte en español de añadir este magnífico matiz entre cariño y amor del que carecen los anglosajones)... y también la propia felicidad. De algún modo, el confinamiento me lleva a otro salto en mi interés por las emociones: no es épocas de discursos y productos enlatados, es hora de observar las emociones en el momento en que se producen.
El ejercicio no es sencillo: una persona pasa durante unas pocas horas por fases diversas en términos de sentimientos: angustia por no llegar a realizar todas las actividades en el trabajo en casa, pena y dolor por seres queridos que están sufriendo, duelo por conocidos que se han ido, más angustia por el futuro, no muy lejano, sino muy próximo (mañana, dentro de dos días...), alegrías que aportan los hijos, amigos, vecinos o familiares en diversos momentos del día, alivio por sentirse sano y acompañado, cariño y amor de las personas más queridas, felicidad por sentir una vida plena... Todo ello se entremezcla. En ocasiones pueden más unas emociones que otras. La angustia del que ha perdido sus recursos será probablemente más recurrente que la de quien tiene una vida más acomodada, el cariño puede tener un efecto profiláctico ante situaciones de dolor, sufrimiento o duelo... Es importante observar todo esto a nuestro alrededor, y hacer algo por ello. La sociología tiene los instrumentos adecuados: hablar, comunicar, preguntar, narrar, observar... en nuestro entorno más cercano, en nuestra red social, entre nuestros estudiantes, compañeros, y más allá. Tenemos técnicas como el grupo de discusión que hoy se puede hacer online en un contexto, no solo que lo potencia, sino que lo deja como única alternativa de reunión. Pero no solo: notas personales y diarios del confinamiento serán fuentes imprescindibles de información para narrar este momento de la historia y para empezar a definir qué sociedad construiremos en el futuro, esperemos que con menos discursos sobre las emociones y con más conciencia de su lugar fundamental en la interacción social y en lo que supone hacer sociedad.
martes, 31 de marzo de 2020
La destrucción de la sociedad
En España, como en otros países, se ha prohibido acompañar y visitar a los enfermos en los hospitales, se han prohibido los funerales, y los entierros o actos fúnebres solo pueden hacerse con tres personas presentes y alejadas entre sí. Todo por motivos sanitarios legítimos, sin duda. Pero la principal reflexión que yo hago es que estamos ante la parte más dramática de un proceso de destrucción de las relaciones sociales. La sociedad se hace mediante la interacción, se hace mediante rituales y convenciones sociales. Unas entre las más potentes, ineludibles y, diría yo, imperdonables, es acompañar a los enfermos y despedir dignamente a los muertos. Pues bien, todo esto se acaba con las medidas actuales.
Se puede pensar que es algo temporal, que la normalidad de la sociedad volverá pronto, pero estamos hablando de miles de personas que han fallecido a lo largo del último mes, y los que quedarán en los próximos, que se habrán ido sin que sus familiares tuvieran derecho a esas interacciones necesarias para expresar el dolor, el cariño, el sufrimiento, el alivio... y todas aquellas emociones socialmente construidas que las convenciones sociales han cristalizado como formas básicas de la interacción en nuestra sociedad. Dignificar la vida, a través de los rituales de la muerte, es esencial para nuestra propia supervivencia. Sin ello, entramos en un camino imparable hacia el despeñadero y la destrucción de la sociedad.
Sin embargo, es mi intención en estas notas del blog no acabar con un mensaje únicamente negativo. Saldremos de esta y, al igual que en la anterior nota sobre la escuela, la salida ha de ser dignificar muchísimo más las instituciones de nuestra sociedad. Habrá que volver a valorar la importancia que tienen los rituales de la vida y las interacciones sociales más básicas, con mucho más vigor y humanidad y, no olvidando jamás los tiempos oscuros en los que nos estamos sumiendo, poner por delante todo aquello que realmente hace sociedad.
domingo, 29 de marzo de 2020
La escuela: la institución
Hoy los médicos y profesionales sanitarios son los héroes de la sociedad. Ya veremos si eso lo acaban notando en sus salarios, pero esto es otra historia para cuando acabe esta pesadilla. Hoy, en realidad, quería centrarme en los que, en la etimología de la palabra, se dedican a instituir: los maestros. En francés para hablar de los maestros se usa, de hecho, la palabra instituteur-institutrice, términos -sobre todo el de institutriz- que están también en nuestro diccionario.
Se dice que estos días, al confinarnos en casa y cerrar las escuelas, nos hemos convertido en los maestros de nuestros hijos. Pero esto no es cierto, porque es imposible: nos falta lo más importante, que es la institución. No podemos ser maestros sin escuela. Esto no consiste en hacer deberes y tener una interacción virtual con los maestros, que, por otra parte, están también haciendo un esfuerzo titánico desde sus casas para mantener la chispa de la institución. Pero todo esto nos hace descubrir la inmensidad de su profesión de educadores, de institutores, de formadores de personas para la sociedad. Y a esto se añade la importancia de la institución de la escuela en sí, como lugar de socialización, de encuentro intergeneracional e intrageneracional, de relación con los iguales, en definitiva, como templo del saber, de la formación y de la construcción de la participación en la sociedad. De la ciudadanía, para ser rimbombantes, aunque en estos tiempos no toca serlo.
Y esto me produce, en fin, muchísima tristeza. ¿Qué va a ser de estos millones de niños que habrán perdido meses de escuela, de institución? Se habla de que los que menos tienen son los que se verán, sin duda, más afectados, y es del todo cierto. Algunos podemos transmitir saberes a nuestros hijos que otros, o no tienen, o no tienen tiempo o manera de hacerlo efectivamente. Pero afectará a todos. ¿Qué va a ser de esta generación que, durante un período importante de su infancia, no habrá podido ir a la escuela?
Saldremos de esta -eso dicen, aunque no todos, eso ya está claro-, y cuando salgamos la sociología tiene que servir para algo más que para decir cosas como las que hemos oído y leído en las últimas décadas, que si la "modernidad reflexiva", que si el "declive de la institución". Todo esto se ha acabado: si no salimos afirmando categóricamente que la escuela es la institución entre las instituciones, no valdrá la pena vivir en la sociedad que tengamos que refundar en el futuro más próximo.
sábado, 28 de marzo de 2020
Con el coronavirus, vuelta a los cuadernos de bitácora
Bueno, pues sí, he visto en estas ya más o menos entre dos y tres semanas que llevamos confinados en España y buena parte del mundo que están volviendo los blogs. La explicación rápida debe ser que ahora ya no tenemos tanta prisa, tenemos tiempo por delante para pensar y más de uno he razonado que qué mejor terapia, o simplemente actividad, que volcar estos pensamientos y reflexiones en ese viejo instrumento, que nunca murió, que son los blogs. Pero yo creo que el regreso al blog (y también a Facebook, a quien le auguro una segunda juventud con el coronavirus) pasa por algo más, en los tiempos tan rápidos que vivimos. Lo cuento a partir de una observación personal: yo empecé estos días intentando obtener información por Twitter. A mí Twitter me genera una doble reacción: me parece interesante como medio de información rápida y me produce gran rechazo la "barra de borrachos" siempre dispuestos a opinar de cualquier cosa. A veces me puede más una cosa y lo sigo, y otras me surge el desprecio y lo dejo de consultar, incluso durante meses. Pues bien, como decía, seguí mucho Twitter, a primeros de marzo, ante la creciente preocupación por el coronavirus. Incluso me activé participando y escribiendo mis comentarios. Pero de unos días a ahora, sinceramente, ya no puedo más. Es un ciclo, lo sé, pero como muchos otros redescubro la necesidad de escribir algo más y aquí está el blog.
En los próximos días quiero publicar reflexiones sobre diversidad de temas. Como entre otras cosas me he convertido en maestro de mis hijos, quiero escribir sobre la importancia de la escuela como institución, ahora que la echamos tanto de menos. Paradojas de la vida, un terreno, la "sociología de la educación" del que no tengo especiales conocimientos, ahora atrae toda mi atención. Pero espero no quedarme aquí: quiero escribir sobre emociones, sobre miedo, soledad, comunicación virtual. Ya veremos qué sale.