Tarde o temprano nos llegará a todos, en estos días terribles, la situación de conocer o tener cerca un caso de una persona de entre la lista de anónimos que están muriendo. Son personas que mueren en los hospitales, acompañados de un personal sanitario que hace todo lo que puede, en términos médicos y emocionales, alejados de sus familias, que no pueden verles ni despedirse en ese último momento, y que lo tienen imposible para enterrar a sus muertos como Dios manda. Son familiares que esperan la noticia encerrados en sus casas, sin poder ir corriendo en ese último momento al hospital a ver a su ser querido en el final de su vida. Son personas y familias religiosas a las que se les hurta una última ceremonia fúnebre. Pienso que todo esto nos conduce a la destrucción de la sociedad.
En España, como en otros países, se ha prohibido acompañar y visitar a los enfermos en los hospitales, se han prohibido los funerales, y los entierros o actos fúnebres solo pueden hacerse con tres personas presentes y alejadas entre sí. Todo por motivos sanitarios legítimos, sin duda. Pero la principal reflexión que yo hago es que estamos ante la parte más dramática de un proceso de destrucción de las relaciones sociales. La sociedad se hace mediante la interacción, se hace mediante rituales y convenciones sociales. Unas entre las más potentes, ineludibles y, diría yo, imperdonables, es acompañar a los enfermos y despedir dignamente a los muertos. Pues bien, todo esto se acaba con las medidas actuales.
Se puede pensar que es algo temporal, que la normalidad de la sociedad volverá pronto, pero estamos hablando de miles de personas que han fallecido a lo largo del último mes, y los que quedarán en los próximos, que se habrán ido sin que sus familiares tuvieran derecho a esas interacciones necesarias para expresar el dolor, el cariño, el sufrimiento, el alivio... y todas aquellas emociones socialmente construidas que las convenciones sociales han cristalizado como formas básicas de la interacción en nuestra sociedad. Dignificar la vida, a través de los rituales de la muerte, es esencial para nuestra propia supervivencia. Sin ello, entramos en un camino imparable hacia el despeñadero y la destrucción de la sociedad.
Sin embargo, es mi intención en estas notas del blog no acabar con un mensaje únicamente negativo. Saldremos de esta y, al igual que en la anterior nota sobre la escuela, la salida ha de ser dignificar muchísimo más las instituciones de nuestra sociedad. Habrá que volver a valorar la importancia que tienen los rituales de la vida y las interacciones sociales más básicas, con mucho más vigor y humanidad y, no olvidando jamás los tiempos oscuros en los que nos estamos sumiendo, poner por delante todo aquello que realmente hace sociedad.
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