viernes, 14 de octubre de 2022

Ciudadanía en sociedades democráticas

Durante muchos años he impartido clases en la universidad que me han invitado a hablar y reflexionar sobre la ciudadanía en sociedades democráticas. Los cursos de "Sociología del Derecho" que impartí durante ocho años a estudiantes de Criminología y los de "Intervención Política y Social" durante el mismo número de años en la carrera de Sociología me ayudaron a reforzar mi aproximación crítica a la vez que militante al ideal de sociedad configurado por la idea de ciudadanía. Entre otras referencias, los estudios de cultural legal y conciencia del Derecho y de los derechos de Susan Silbey fueron inspiración en la defensa de la ciudadanía como experiencia social y como práctica. En mis cursos de técnicas de investigación social cualitativa no falta el fondo de la magnitud del hecho de poder hablar de y hacer hablar a los demás en un contexto de ejercicio libre de los derechos fundamentales. Es algo que no tiene parangón en la historia de la humanidad, y en esto también participa el proyecto intelectual de la sociología, que siempre fue ciencia de las sociedades democráticas, como bien plantearon los clásicos de la disciplina Durkheim, Weber o Simmel.

Los largos dos últimos años nos (me) han dejado en estado de shock, convalecencia y letargo en relación con está potente convicción. El ideal de las sociedades democráticas, ya muy debilitado en el devenir de las décadas anteriores, se nos fue de un día para otro. Quedó liquidado de un plumazo. Se deshizo como un azucarillo. Se marchó por el retrete de la historia. En fin, algunos hechos son conocidos: en 2020, de la noche a la mañana, vimos limitados y restringidos buena parte de nuestros derechos fundamentales (luego se supo bien que de manera totalmente arbitraria y, en España, contra la propia Constitución). Estas limitaciones se extendieron durante meses y luego años y nos han dejado como resultado una sociedad que ya no va a volver a ser mínimamente igual a la anterior. Cedimos una buena parte del corazón de nuestra ciudadanía para que los dirigentes políticos de los países dispusieran de ella a su libre arbitrio y voluntad. Apenas hubo ni un atisbo de contestación, sino pasividad, resignación en el mejor de los casos y en el peor, aceptación militante de la restricción de nuestros derechos fundamentales. Hoy sigue sin haber suficiente contestación: por ejemplo, muy tímidamente unos pocos se quitan aún la mascarilla en el metro. ¡Qué gran (mínimo) ejercicio de ciudadanía sería quitarnos de una vez ese fetiche y recuperar una mínima dignidad sin esperar a que "la quiten"! Hoy mismo se publica el escándalo de las "vacunas" no testadas que se inocularon con informaciones falsas a la mayoría de la población. En fin, y qué decir de los eventos de este mismo año 2022, donde en nuestra vieja Europa, la cuna de la ciudadanía, se censuran medios de comunicación que no interesa escuchar. En nuestra vieja Europa que se ha embarcado en una guerra que nos perjudica a todos sin declararla, sin someterla al escrutinio y valoración de los parlamentos, es decir, de la representación de la ciudadanía. Y, de nuevo, la contestación es poca y la que hay queda socialmente acallada, autocensurada o directamente silenciada.

Pero esto no puede seguir así por mucho más tiempo. Los sociólogos hablamos durante varias décadas de una ciudadanía reflexiva en la modernidad, de ciudadanos más o menos conscientes y ejercientes activos de sus derechos. ¿Dónde están? Tienen que estar por algún lado. Aunque sea acallados en el silencio de su existencia cotidiana. El joven que, tranquilo, se ha quitado ya la mascarilla en el metro, tiene que tener algo que decir. Quienes viven en entornos rurales y ven sus medios de vida amenzados por regulaciones que no hacen sino perjudicarles tienen algo que decir, seguro. Pero hay mucho desasosiego en la situación actual: por ejemplo, ¿dónde están hoy las manifestaciones contra la guerra cuando es obvio que esa guerra no está perjudicando tan gravemente? En fin, preguntas que reclaman la defensa de lo que está tan en peligro: la ciudadanía y la propia realidad de nuestras sociedades como sociedades democráticas.

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