sábado, 26 de diciembre de 2020

"Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI" de Erik Olin Wright

 

Recién publicado en español en Akal, el último libro que dejó preparado Erik Olin Wright antes de dejarnos a principios de 2019 es sobre todo una invitación a pensar el futuro de nuestras sociedades en torno a alternativas que afronten las consecuencias más nefastas del capitalismo. El título me parece por ello un tanto exagerado, pues no es un manual para "anticapitalistas" ni mucho menos, aunque el autor nos avisa de ello en la introducción, pero está claro que vende mucho más con este encabezamiento que algo así como "cómo ser socialdemócrata en el siglo XXI" o "manual para reformistas democráticos", entre otras alternativas sin duda descartables y descartadas.

El libro, el mismo Olin Wright nos lo dice, pretende ser una aclaración para el público general de sus principales ideas desde que afrontó el proyecto de las utopías reales y, sobre todo, como un manifiesto con bases sociológicas por un "socialismo democrático de mercado", en palabras del propio autor.

A mi juicio, el trabajo es sin duda interesantísimo en lo que tiene de diagnóstico del capitalismo desenfrenado que caracterizan las últimas cuatro o cinco décadas. Una lectura perfectamente aclaratoria para estudiantes -me gusta pensar en ellos y en la mejor cultura sociológica a su alcance-, pues aúna todo el magnífico bagaje de Olin Wright en sus estudios iniciales sobre las clases sociales con un estudio en profundidad de las condiciones ante las que se encuentran los distintos actores en el panorama actual del capitalismo. En mi curso de Intervención política y social, no lo niego, vistas todas las alternativas ante nuestros ojos, acabamos, estudiantes y profesor, orientados hacia posiciones estatalistas o estatistas como solución a las crecientes desigualdades que generan las dinámicas contemporáneas del capitalismo: un Estado interventor socialdemócrata nos aparece como tipo ideal de solución mágica ante nuestros problemas. Está bien, pero Olin Wright permite mirar más allá: no es solo reformular el Estado para que vuelva a encarrilar un capitalismo descarriado, que está sin duda entre las opciones que pone sobre la mesa, es darnos cuenta que las alternativas pueden venir con más solidez de prácticas que desafían y escapan de las dinámicas del capitalismo. A mí siempre me encantó el ejemplo de la Wikipedia, que nos contó en detalle cuando estuvo en Barcelona hace unos años, o las experiencias de economía colaborativa, a pesar de su fragilidad y de, en muchas ocasiones, haber acabado engullidas y desmanteladas por grandes corporaciones. También, pensando en el mismo ámbito académico, cabe mencionar como posible ejemplo la heroica iniciativa anticapitalista de Sci-hub tirada continuamente por tierra por empresas y Estados en conjunción.

Sin embargo, él mismo nos cuenta cómo esto no se puede hacer sin el Estado. A pesar de ello, probablemente por la urgencia de la escritura y el carácter sintético del texto, se le puede achacar al libro que no desarrolla del todo satisfactoriamente las alternativas. Dicho de otro modo, la renta básica puede ser una música que suene muy bien, pero faltaría por afrontar los efectos no esperados de la misma antes de pensarla como una alternativa factible. En el mismo sentido, las reformas democráticas del Estado podrían haberse planteado más allá de lugares comunes sobre los presupuestos participativos, que suenan magníficamente pero que hay que explicarlos sobre todo desde el control que puedan hacer las poblaciones sobre los mismos y fiarlos al grado efectivo de participación de la población general en los mismos, o sobre las supuestas bondades de la descentralización del Estado, aspecto muy controvertido que el autor resuelve en apenas media página sin salir de apreciaciones muy superficiales.

Que la mínima crítica no nos deje mal sabor de boca: el último capítulo sobre la "agencia" para la transformación, escrito con la angustia de la enfermedad en ciernes, es un manual condensado de teoría de la acción colectiva para los movimientos sociales. De nuevo pienso en los estudiantes, como excelente base formativa para ellos. Acabas el libro, sin duda, con un excelente sabor de boca rememorando para siempre el inmenso rigor sociológico del autor. Esto, acompañado del emotivo recuerdo del autor por parte de Michael Burawoy y del obituario final de su discípulo Vivek Chibber, permite cerrar el libro con la satisfacción de haber tenido entre manos un texto que deja huella e invita a pensar. Por todo ello, recomiendo vivamente su lectura.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Tres meses de docencia "presencial a distancia"

 Llega un merecido descanso a la actividad docente, aunque el semestre universitario de otoño-invierno aún tiene su punto álgido en el mes de enero. Ha sido un semestre muy extraño, ya que empezamos, al menos en la Universidad de Barcelona, con un sistema de presencia alterna por semanas por parte de los estudiantes. Era un sistema que ellos mismos han contado que no les funcionaba realmente, generaba tensión entre los docentes (yo acabé agotado más de un día de estar hablando en clase con la mascarilla), los estudiantes desde casa no se enteraban ni de la mitad del contenido y nosotros tampoco es que estuviéramos especialmente preparados para la situación.

Pronto nos obligaron a pasar a una docencia online, que en realidad no es tal. La docencia online deja mucho espacio para el trabajo autónomo, pero esta que hemos tenido nosotros, en realidad, ha sido una "docencia presencial (había que estar presente en clase en horarios fijos) a distancia". Me consta que para los estudiantes no ha sido fácil: en el curso de Técnicas de investigación, tanto para alumnos de Grado como de Master, tuvimos sendas experiencias de grupo de discusión virtual donde los estudiantes compartieron sus experiencias sobre la cuestión. No todo en su narración era negativo, no obstante, pero quedó claro que con esta situación tan prolongada se les está hurtando la magnífica e inolvidable experiencia de estudiar en la universidad: la socialización y sociabilidad en el entorno, los recursos de todo tipo que ofrece la universidad... son aspectos que apenas han podido disfrutar y la perspectiva no es nada halagüeña.

Algunos aspectos, sin embargo, pueden reseñarse positivamente. No sé si son las circunstancias actuales o el efecto de este traslado a casa y a distancia, pero al menos en los cursos que imparto me estoy encontrando que la calidad de los trabajos de los estudiantes es muy superior a cuando vivíamos en la situación normal anterior. Se nota un esfuerzo mayor y concentración en las lecturas, en la elaboración de trabajos prácticos... como si el estar siempre en casa ayudara mucho más a concentrarse en el estudio. Sería resultado, de alguna manera, de un cierto recogimiento monacal. Pero que no se me entienda mal: creo que esto nace de la consciencia de la dificultad, que pone en marcha recursos de comunicación que faltan. Por ejemplo, este año los estudiantes se comunican conmigo muchísimo más por correo electrónico. Parece que buscaran ese contacto que nos falta a todos, aunque en condiciones normales la comunicación con buena parte de los estudiantes en nuestro pasado presencial fuera escasa o simplemente nula.

En fin, como solución, la más deseable en una universidad que ha sido siempre presencial sería volver a estar presentes y retomar nuestra vida académica con normalidad, con un "decíamos ayer". Las facultades solitarias directamente dan pena: bibliotecas vacías, pasillos desolados... Necesitamos volver. Aunque es cierto que el aprendizaje en recursos comunicativos virtuales que hemos desarrollado deberemos incorporarlo a nuestro bagaje, para mejorar la enseñanza y para comunicarnos más eficientemente con nuestros estudiantes. No creo que las universidades presenciales deban transformarse en universidades a distancia, pero sí que todo esto debería hacernos reflexionar, en particular en España, sobre la confusión entre presencialidad y presencialismo, reduciendo tal vez las horas de clase y ampliando las posibilidades y capacidades, que vemos que son muchas, del trabajo autónomo de los estudiantes en su propia trayectoria. Veremos qué pasa y cuándo volveremos a la normalidad.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Colas obligatorias

 Cuando realicé mi tesis etnográfica sobre las colas en las oficinas de extranjeros a mediados de la década del 2000, publicada posteriormente como Les étrangers en Espagne: la file d'attente devant les bureaux de l'immigration, en la revisión teórica emergió una interesante distinción entre las colas voluntarias -la que hacemos (o más bien hacíamos...) ante la taquilla del cine, de un concierto o de una tienda antes de las rebajas- y las colas obligatorias, aquellas que dan acceso a recursos necesarios y escasos, ya sean las que derivan de la espera en las urgencias de un hospital o las que caracterizaron el racionamiento y la escasez en otras épocas. Sobre esta figura de espera obligatoria es bien conocida la propia institución de la cola en la vieja Unión Soviética o en algún otro país en tiempos más recientes. La cola soviética era una cola obligatoria, lo que se opondría a la cola democrática, o incluso a la cola capitalista, que sería predominantemente voluntaria. En todo caso, la experiencia del que está en una u otra situación son bien distintas, como demostré en aquel trabajo que hacía de las colas obligatorias ante las oficinas de extranjeros una muestra del control férreo y la dominación de las sociedades que reciben inmigrantes hacia la propia inmigración.

Pues bien, en el contexto actual estoy empezando a ver colas obligatorias donde antes había predominantemente colas democráticas o capitalistas, es decir, en espacios de supuesta abundancia que impedían que se produjeran esas esperas. La otra mañana me encontré una larga cola para entrar en el supermercado, cada día la veo ante la panadería, ante Correos... Alguien dirá: es por las medidas de seguridad del asunto que ha cambiado nuestras vidas desde marzo de 2020, pero creo que la reflexión puede ir más allá: también son colas de escasez. Tal vez no de recursos basicos directamente (no hay desabastecimiento de alimentos, de momento...), pero sí que restringen o limitan el acceso a los mismos. De alguna manera, me parece una imagen del trasfondo de lo que está ocurriendo: el debilitamiento de nuestras sociedades democráticas con la restricción de nuestros espacios de libertad. ¿Con una motivación securitaria? Por supuesto, pero es que ahí está el quid de la cuestión. Estas "nuevas"colas estarían reflejando la situación de riesgo en las que han entrado nuestras otrora sociedades democráticas. Es otro signo preocupante. Ordinario, banal... lo que quieras, pero nuestra vida social está hecha de esto: significantes y significados. El papel del sociólogo es entrar en ellos y comprender el sentido.