sábado, 26 de diciembre de 2020

"Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI" de Erik Olin Wright

 

Recién publicado en español en Akal, el último libro que dejó preparado Erik Olin Wright antes de dejarnos a principios de 2019 es sobre todo una invitación a pensar el futuro de nuestras sociedades en torno a alternativas que afronten las consecuencias más nefastas del capitalismo. El título me parece por ello un tanto exagerado, pues no es un manual para "anticapitalistas" ni mucho menos, aunque el autor nos avisa de ello en la introducción, pero está claro que vende mucho más con este encabezamiento que algo así como "cómo ser socialdemócrata en el siglo XXI" o "manual para reformistas democráticos", entre otras alternativas sin duda descartables y descartadas.

El libro, el mismo Olin Wright nos lo dice, pretende ser una aclaración para el público general de sus principales ideas desde que afrontó el proyecto de las utopías reales y, sobre todo, como un manifiesto con bases sociológicas por un "socialismo democrático de mercado", en palabras del propio autor.

A mi juicio, el trabajo es sin duda interesantísimo en lo que tiene de diagnóstico del capitalismo desenfrenado que caracterizan las últimas cuatro o cinco décadas. Una lectura perfectamente aclaratoria para estudiantes -me gusta pensar en ellos y en la mejor cultura sociológica a su alcance-, pues aúna todo el magnífico bagaje de Olin Wright en sus estudios iniciales sobre las clases sociales con un estudio en profundidad de las condiciones ante las que se encuentran los distintos actores en el panorama actual del capitalismo. En mi curso de Intervención política y social, no lo niego, vistas todas las alternativas ante nuestros ojos, acabamos, estudiantes y profesor, orientados hacia posiciones estatalistas o estatistas como solución a las crecientes desigualdades que generan las dinámicas contemporáneas del capitalismo: un Estado interventor socialdemócrata nos aparece como tipo ideal de solución mágica ante nuestros problemas. Está bien, pero Olin Wright permite mirar más allá: no es solo reformular el Estado para que vuelva a encarrilar un capitalismo descarriado, que está sin duda entre las opciones que pone sobre la mesa, es darnos cuenta que las alternativas pueden venir con más solidez de prácticas que desafían y escapan de las dinámicas del capitalismo. A mí siempre me encantó el ejemplo de la Wikipedia, que nos contó en detalle cuando estuvo en Barcelona hace unos años, o las experiencias de economía colaborativa, a pesar de su fragilidad y de, en muchas ocasiones, haber acabado engullidas y desmanteladas por grandes corporaciones. También, pensando en el mismo ámbito académico, cabe mencionar como posible ejemplo la heroica iniciativa anticapitalista de Sci-hub tirada continuamente por tierra por empresas y Estados en conjunción.

Sin embargo, él mismo nos cuenta cómo esto no se puede hacer sin el Estado. A pesar de ello, probablemente por la urgencia de la escritura y el carácter sintético del texto, se le puede achacar al libro que no desarrolla del todo satisfactoriamente las alternativas. Dicho de otro modo, la renta básica puede ser una música que suene muy bien, pero faltaría por afrontar los efectos no esperados de la misma antes de pensarla como una alternativa factible. En el mismo sentido, las reformas democráticas del Estado podrían haberse planteado más allá de lugares comunes sobre los presupuestos participativos, que suenan magníficamente pero que hay que explicarlos sobre todo desde el control que puedan hacer las poblaciones sobre los mismos y fiarlos al grado efectivo de participación de la población general en los mismos, o sobre las supuestas bondades de la descentralización del Estado, aspecto muy controvertido que el autor resuelve en apenas media página sin salir de apreciaciones muy superficiales.

Que la mínima crítica no nos deje mal sabor de boca: el último capítulo sobre la "agencia" para la transformación, escrito con la angustia de la enfermedad en ciernes, es un manual condensado de teoría de la acción colectiva para los movimientos sociales. De nuevo pienso en los estudiantes, como excelente base formativa para ellos. Acabas el libro, sin duda, con un excelente sabor de boca rememorando para siempre el inmenso rigor sociológico del autor. Esto, acompañado del emotivo recuerdo del autor por parte de Michael Burawoy y del obituario final de su discípulo Vivek Chibber, permite cerrar el libro con la satisfacción de haber tenido entre manos un texto que deja huella e invita a pensar. Por todo ello, recomiendo vivamente su lectura.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Tres meses de docencia "presencial a distancia"

 Llega un merecido descanso a la actividad docente, aunque el semestre universitario de otoño-invierno aún tiene su punto álgido en el mes de enero. Ha sido un semestre muy extraño, ya que empezamos, al menos en la Universidad de Barcelona, con un sistema de presencia alterna por semanas por parte de los estudiantes. Era un sistema que ellos mismos han contado que no les funcionaba realmente, generaba tensión entre los docentes (yo acabé agotado más de un día de estar hablando en clase con la mascarilla), los estudiantes desde casa no se enteraban ni de la mitad del contenido y nosotros tampoco es que estuviéramos especialmente preparados para la situación.

Pronto nos obligaron a pasar a una docencia online, que en realidad no es tal. La docencia online deja mucho espacio para el trabajo autónomo, pero esta que hemos tenido nosotros, en realidad, ha sido una "docencia presencial (había que estar presente en clase en horarios fijos) a distancia". Me consta que para los estudiantes no ha sido fácil: en el curso de Técnicas de investigación, tanto para alumnos de Grado como de Master, tuvimos sendas experiencias de grupo de discusión virtual donde los estudiantes compartieron sus experiencias sobre la cuestión. No todo en su narración era negativo, no obstante, pero quedó claro que con esta situación tan prolongada se les está hurtando la magnífica e inolvidable experiencia de estudiar en la universidad: la socialización y sociabilidad en el entorno, los recursos de todo tipo que ofrece la universidad... son aspectos que apenas han podido disfrutar y la perspectiva no es nada halagüeña.

Algunos aspectos, sin embargo, pueden reseñarse positivamente. No sé si son las circunstancias actuales o el efecto de este traslado a casa y a distancia, pero al menos en los cursos que imparto me estoy encontrando que la calidad de los trabajos de los estudiantes es muy superior a cuando vivíamos en la situación normal anterior. Se nota un esfuerzo mayor y concentración en las lecturas, en la elaboración de trabajos prácticos... como si el estar siempre en casa ayudara mucho más a concentrarse en el estudio. Sería resultado, de alguna manera, de un cierto recogimiento monacal. Pero que no se me entienda mal: creo que esto nace de la consciencia de la dificultad, que pone en marcha recursos de comunicación que faltan. Por ejemplo, este año los estudiantes se comunican conmigo muchísimo más por correo electrónico. Parece que buscaran ese contacto que nos falta a todos, aunque en condiciones normales la comunicación con buena parte de los estudiantes en nuestro pasado presencial fuera escasa o simplemente nula.

En fin, como solución, la más deseable en una universidad que ha sido siempre presencial sería volver a estar presentes y retomar nuestra vida académica con normalidad, con un "decíamos ayer". Las facultades solitarias directamente dan pena: bibliotecas vacías, pasillos desolados... Necesitamos volver. Aunque es cierto que el aprendizaje en recursos comunicativos virtuales que hemos desarrollado deberemos incorporarlo a nuestro bagaje, para mejorar la enseñanza y para comunicarnos más eficientemente con nuestros estudiantes. No creo que las universidades presenciales deban transformarse en universidades a distancia, pero sí que todo esto debería hacernos reflexionar, en particular en España, sobre la confusión entre presencialidad y presencialismo, reduciendo tal vez las horas de clase y ampliando las posibilidades y capacidades, que vemos que son muchas, del trabajo autónomo de los estudiantes en su propia trayectoria. Veremos qué pasa y cuándo volveremos a la normalidad.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Colas obligatorias

 Cuando realicé mi tesis etnográfica sobre las colas en las oficinas de extranjeros a mediados de la década del 2000, publicada posteriormente como Les étrangers en Espagne: la file d'attente devant les bureaux de l'immigration, en la revisión teórica emergió una interesante distinción entre las colas voluntarias -la que hacemos (o más bien hacíamos...) ante la taquilla del cine, de un concierto o de una tienda antes de las rebajas- y las colas obligatorias, aquellas que dan acceso a recursos necesarios y escasos, ya sean las que derivan de la espera en las urgencias de un hospital o las que caracterizaron el racionamiento y la escasez en otras épocas. Sobre esta figura de espera obligatoria es bien conocida la propia institución de la cola en la vieja Unión Soviética o en algún otro país en tiempos más recientes. La cola soviética era una cola obligatoria, lo que se opondría a la cola democrática, o incluso a la cola capitalista, que sería predominantemente voluntaria. En todo caso, la experiencia del que está en una u otra situación son bien distintas, como demostré en aquel trabajo que hacía de las colas obligatorias ante las oficinas de extranjeros una muestra del control férreo y la dominación de las sociedades que reciben inmigrantes hacia la propia inmigración.

Pues bien, en el contexto actual estoy empezando a ver colas obligatorias donde antes había predominantemente colas democráticas o capitalistas, es decir, en espacios de supuesta abundancia que impedían que se produjeran esas esperas. La otra mañana me encontré una larga cola para entrar en el supermercado, cada día la veo ante la panadería, ante Correos... Alguien dirá: es por las medidas de seguridad del asunto que ha cambiado nuestras vidas desde marzo de 2020, pero creo que la reflexión puede ir más allá: también son colas de escasez. Tal vez no de recursos basicos directamente (no hay desabastecimiento de alimentos, de momento...), pero sí que restringen o limitan el acceso a los mismos. De alguna manera, me parece una imagen del trasfondo de lo que está ocurriendo: el debilitamiento de nuestras sociedades democráticas con la restricción de nuestros espacios de libertad. ¿Con una motivación securitaria? Por supuesto, pero es que ahí está el quid de la cuestión. Estas "nuevas"colas estarían reflejando la situación de riesgo en las que han entrado nuestras otrora sociedades democráticas. Es otro signo preocupante. Ordinario, banal... lo que quieras, pero nuestra vida social está hecha de esto: significantes y significados. El papel del sociólogo es entrar en ellos y comprender el sentido.


lunes, 18 de mayo de 2020

Encuesta sobre lo que ha estado ocurriendo estos meses (nuevos informes)

Estos meses se han lanzado muchas encuestas sobre lo que ha ido ocurriendo estos meses. Compañeros de grupo de investigación de la Universidad de Barcelona son autores de una de estas encuestas que ha querido estudiar los efectos de la crisis del coronavirus está teniendo en las relaciones sociales y la vida cotidiana de las personas. En los últimos días han ido publicando sus informes, que son muy interesantes.

Aquí enlazo los informes publicados hasta hoy:

- Relaciones sociales y vida cotidiana en tiempos de Covid-19

- Estados de ánimo antes y después del confinamiento

- Escenarios probables y acciones de futuro

- Religión y espiritualidad durante el confinamiento

- Trabajo y economía familiar durante el confinamiento


sábado, 2 de mayo de 2020

Encuesta sobre lo que ha ocurrido estos meses

Estos meses se han lanzado muchas encuestas sobre lo que ha ido ocurriendo estos meses. Compañeros de grupo de investigación de la Universidad de Barcelona son autores de una de estas encuestas y han ido publicando sus informes, que son muy interesantes.

Aquí los enlazo:

- Relaciones sociales y vida cotidiana en tiempos de Covid-19

- Estados de ánimo antes y después del confinamiento

- Escenarios probables y acciones de futuro

Recomendación de libro sobre movimientos sociales

Se ha publicado en Política y Sociedad una reseña que he escrito del libro de Geoffrey Pleyers "Movimientos sociales en el siglo XXI".

Es un libro muy recomendable que pone al día las teorías de los movimientos sociales en el tiempo actual. Aquí el texto completo de la reseña: https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/65723/4564456553358

miércoles, 1 de abril de 2020

Emociones en el encierro

Hace unos años que me inserté en el mundillo de la llamada "sociología de las emociones". Para cualquiera puede ser otro subcampo de los muchos que florecen en la sociología, pero para mí siempre tuvo gran interés como parte de la observación de la interacción social. Todo empezó observando las colas en las oficinas de extranjeros, mirando las caras, escuchando las expresiones de aquellas personas que esperaban para recoger sus documentos y permisos de residencia. Seguí interesado en las emociones cuando observé la interacción con los funcionarios en las oficinas de la Seguridad Social, observando de nuevo las miradas, los gestos, escuchando las palabras de las personas que acudían a las oficinas a reclamar su pensión, una baja temporal o cualquier otra prestación social. Todo ello era un entorno de emociones organizadas y organización de las emociones, parafraseando un excelente libro que se publicó hace ahora una década. Se trataba de emociones (la angustia, la humillación, la vergüenza, el alivio...) que tenían que ver con la relación desigual entre el ciudadano o aspirante a ciudadano y la burocracia, las instituciones del Estado, que "dan", "conceden" o, a lo sumo "reconocen" bienes, derechos o prestaciones.

Luego di un salto tremendo al pasar a estudiar las emociones como discurso social. Salí del ámbito de lo que uno experimenta en la interacción y pasamos al entorno del "deber ser". El discurso sobre la felicidad, en la sociedad que se desvanece con la hecatombe actual, se había consolidado como una de esas supercherías baratas para que la gente olvidara las desigualdades e injusticias sociales, las humillaciones cotidianas, la falta de humanidad de una sociedad camino del despeñadero. Estudiamos la "industria de la felicidad", en el marco de la mercantilización de las emociones, idea que planteó hace muchos años la propia Arlie Hochschild, y descubrimos la potenciación radical del individuo que puede comprar la felicidad (obviamente, aquél con dinero para hacerlo, pues las recetas para la felicidad son bastante costosas) y un utilitarismo exacerbado, donde las relaciones sociales solo tienen valor en cuanto que aportan al individuo felicidad, nunca por sí mismas. Una filosofía de vida radicalmente utilitarista e individualista, la verdad, bastante despreciable, pero que había ido haciéndose un hueco importante en nuestra sociedad hasta la actualidad.

Ahora que nos encontramos encerrados en casa, hablar de felicidad en estos términos, pensando en la importancia de hacer sociedad cuando buena parte de nuestras relaciones sociales están en suspenso, resulta un tanto limitado. Lo es, sobre todo, si no tenemos en cuenta todo el conjunto de emociones que puede estar habiendo detrás de las experiencias de todos y cada uno de nosotros en el encierro en nuestras casas. ¿Se puede seguir siendo feliz en esta situación de confinamiento? Por supuesto, pero esto ya no es una cuestión de discurso, es una realidad que hay que observar a partir de la experiencia: la felicidad no se produce aisladamente de emociones socialmente construidas como el sufrimiento, la angustia, el dolor, el duelo, y también, claro está, la alegría, el cariño, el amor (tenemos la suerte en español de añadir este magnífico matiz entre cariño y amor del que carecen los anglosajones)... y también la propia felicidad. De algún modo, el confinamiento me lleva a otro salto en mi interés por las emociones: no es épocas de discursos y productos enlatados, es hora de observar las emociones en el momento en que se producen.

El ejercicio no es sencillo: una persona pasa durante unas pocas horas por fases diversas en términos de sentimientos: angustia por no llegar a realizar todas las actividades en el trabajo en casa, pena y dolor por seres queridos que están sufriendo, duelo por conocidos que se han ido, más angustia por el futuro, no muy lejano, sino muy próximo (mañana, dentro de dos días...), alegrías que aportan los hijos, amigos, vecinos o familiares en diversos momentos del día, alivio por sentirse sano y acompañado, cariño y amor de las personas más queridas, felicidad por sentir una vida plena... Todo ello se entremezcla. En ocasiones pueden más unas emociones que otras. La angustia del que ha perdido sus recursos será probablemente más recurrente que la de quien tiene una vida más acomodada, el cariño puede tener un efecto profiláctico ante situaciones de dolor, sufrimiento o duelo... Es importante observar todo esto a nuestro alrededor, y hacer algo por ello. La sociología tiene los instrumentos adecuados: hablar, comunicar, preguntar, narrar, observar... en nuestro entorno más cercano, en nuestra red social, entre nuestros estudiantes, compañeros, y más allá. Tenemos técnicas como el grupo de discusión que hoy se puede hacer online en un contexto, no solo que lo potencia, sino que lo deja como única alternativa de reunión. Pero no solo: notas personales y diarios del confinamiento serán fuentes imprescindibles de información para narrar este momento de la historia y para empezar a definir qué sociedad construiremos en el futuro, esperemos que con menos discursos sobre las emociones y con más conciencia de su lugar fundamental en la interacción social y en lo que supone hacer sociedad.

martes, 31 de marzo de 2020

La destrucción de la sociedad

Tarde o temprano nos llegará a todos, en estos días terribles, la situación de conocer o tener cerca un caso de una persona de entre la lista de anónimos que están muriendo. Son personas que mueren en los hospitales, acompañados de un personal sanitario que hace todo lo que puede, en términos médicos y emocionales, alejados de sus familias, que no pueden verles ni despedirse en ese último momento, y que lo tienen imposible para enterrar a sus muertos como Dios manda. Son familiares que esperan la noticia encerrados en sus casas, sin poder ir corriendo en ese último momento al hospital a ver a su ser querido en el final de su vida. Son personas y familias religiosas a las que se les hurta una última ceremonia fúnebre. Pienso que todo esto nos conduce a la destrucción de la sociedad.

En España, como en otros países, se ha prohibido acompañar y visitar a los enfermos en los hospitales, se han prohibido los funerales, y los entierros o actos fúnebres solo pueden hacerse con tres personas presentes y alejadas entre sí. Todo por motivos sanitarios legítimos, sin duda. Pero la principal reflexión que yo hago es que estamos ante la parte más dramática de un proceso de destrucción de las relaciones sociales. La sociedad se hace mediante la interacción, se hace mediante rituales y convenciones sociales. Unas entre las más potentes, ineludibles y, diría yo, imperdonables, es acompañar a los enfermos y despedir dignamente a los muertos. Pues bien, todo esto se acaba con las medidas actuales.

Se puede pensar que es algo temporal, que la normalidad de la sociedad volverá pronto, pero estamos hablando de miles de personas que han fallecido a lo largo del último mes, y los que quedarán en los próximos, que se habrán ido sin que sus familiares tuvieran derecho a esas interacciones necesarias para expresar el dolor, el cariño, el sufrimiento, el alivio... y todas aquellas emociones socialmente construidas que las convenciones sociales han cristalizado como formas básicas de la interacción en nuestra sociedad. Dignificar la vida, a través de los rituales de la muerte, es esencial para nuestra propia supervivencia. Sin ello, entramos en un camino imparable hacia el despeñadero y la destrucción de la sociedad.

Sin embargo, es mi intención en estas notas del blog no acabar con un mensaje únicamente negativo. Saldremos de esta y, al igual que en la anterior nota sobre la escuela, la salida ha de ser dignificar muchísimo más las instituciones de nuestra sociedad. Habrá que volver a valorar la importancia que tienen los rituales de la vida y las interacciones sociales más básicas, con mucho más vigor y humanidad y, no olvidando jamás los tiempos oscuros en los que nos estamos sumiendo, poner por delante todo aquello que realmente hace sociedad.

domingo, 29 de marzo de 2020

La escuela: la institución

Hace unos años el sociólogo francés François Dubet publicó un libro traducido en español como "El declive de la institución" que tuve ocasión de reseñar en la REIS hace ya 17 años (¡Madre mía!). Ahí Dubet planteaba el declive de la consideración social en las sociedades contemporáneas de las profesiones dedicadas a instituir, es decir, a enseñar y a cuidar, como son los médicos, enfermeras y maestros. Venía a decirnos que, aunque estas profesiones habían sido claves en la constitución de las sociedades modernas, en las últimas décadas habían entrado en crisis y habían comenzado a verse fuertemente cuestionadas por la sociedad. En principio, en términos profesionales y salariales, con una pérdida de consideración, estatus y retribución acorde con su responsabilidad. Pero además, el declive de la institución venía por parte de la sociedad en sí misma, tan reflexiva ella (nótese el sarcasmo, hablaremos de ello en los próximos días...), que les había perdido el respeto y cuestionaba directamente su utilidad en la sociedad. ¡Cuántas veces se ha oido criticar a los maestros y sus tres (sic.) meses de vacaciones! ¡Cuántas veces se culpa a los médicos de fatalidades de la vida, que no saben hacer su trabajo o son directamente negligentes! Pues bien, era muy interesante cómo Dubet mostraba la dureza de estas profesiones, cómo se vivía la crítica desde dentro, pero a su vez daba por hecho un marco mental que hoy se ha venido abajo.

Hoy los médicos y profesionales sanitarios son los héroes de la sociedad. Ya veremos si eso lo acaban notando en sus salarios, pero esto es otra historia para cuando acabe esta pesadilla. Hoy, en realidad, quería centrarme en los que, en la etimología de la palabra, se dedican a instituir: los maestros. En francés para hablar de los maestros se usa, de hecho, la palabra instituteur-institutrice, términos -sobre todo el de institutriz- que están también en nuestro diccionario.

Se dice que estos días, al confinarnos en casa y cerrar las escuelas, nos hemos convertido en los maestros de nuestros hijos. Pero esto no es cierto, porque es imposible: nos falta lo más importante, que es la institución. No podemos ser maestros sin escuela. Esto no consiste en hacer deberes y tener una interacción virtual con los maestros, que, por otra parte, están también haciendo un esfuerzo titánico desde sus casas para mantener la chispa de la institución. Pero todo esto nos hace descubrir la inmensidad de su profesión de educadores, de institutores, de formadores de personas para la sociedad. Y a esto se añade la importancia de la institución de la escuela en sí, como lugar de socialización, de encuentro intergeneracional e intrageneracional, de relación con los iguales, en definitiva, como templo del saber, de la formación y de la construcción de la participación en la sociedad. De la ciudadanía, para ser rimbombantes, aunque en estos tiempos no toca serlo.

Y esto me produce, en fin, muchísima tristeza. ¿Qué va a ser de estos millones de niños que habrán perdido meses de escuela, de institución? Se habla de que los que menos tienen son los que se verán, sin duda, más afectados, y es del todo cierto. Algunos podemos transmitir saberes a nuestros hijos que otros, o no tienen, o no tienen tiempo o manera de hacerlo efectivamente. Pero afectará a todos. ¿Qué va a ser de esta generación que, durante un período importante de su infancia, no habrá podido ir a la escuela?

Saldremos de esta -eso dicen, aunque no todos, eso ya está claro-, y cuando salgamos la sociología tiene que servir para algo más que para decir cosas como las que hemos oído y leído en las últimas décadas, que si la "modernidad reflexiva", que si el "declive de la institución". Todo esto se ha acabado: si no salimos afirmando categóricamente que la escuela es la institución entre las instituciones, no valdrá la pena vivir en la sociedad que tengamos que refundar en el futuro más próximo.

sábado, 28 de marzo de 2020

Con el coronavirus, vuelta a los cuadernos de bitácora

Los cuadernos de bitácora virtuales o, en lenguaje más modernillo, los blogs (palabra que ya incluyó la Real Académica en su diccionario) han vuelto con la crisis del coronavirus. Tuvieron su momento de auge a principios de los 2000 (yo mismo abrí este espacio por aquellas fechas, aunque solo queden archivos desde 2008) pero fueron relegados años después por el auge de Facebook (podías escribir, aunque más breve y añadiendo una foto, que quedaba muy cuqui) y posteriormente de las barras de bar de borrachos que son las "redes sociales" actuales: Twitter, o "a ver quién la suelta más fuerte en el menor número de palabras posible", o Instagram (aquí ya me pilla la barrera generacional: admito que no entiendo para qué sirve ni qué aporta esa "red social"). Salvo de la quema a Youtube, que junto con el auge de personas que van por el mundo hablándoles solos a una cámara (¿cuántas veces se habrán chocado con farolas por no ir mirando donde uno debería mirar?), incluye documentos gráficos e históricos de enorme valía, desde el entretenimiento más puro hasta excelentes documentos históricos (por ejemplo, las imágenes del juicio sumarísimo a Ceaucescu, el asesinato de Lumumba y el ascenso al poder de Mobutu, por no citar más que dos casos que me vienen a la cabeza).

Bueno, pues sí, he visto en estas ya más o menos entre dos y tres semanas que llevamos confinados en España y buena parte del mundo que están volviendo los blogs. La explicación rápida debe ser que ahora ya no tenemos tanta prisa, tenemos tiempo por delante para pensar y más de uno he razonado que qué mejor terapia, o simplemente actividad, que volcar estos pensamientos y reflexiones en ese viejo instrumento, que nunca murió, que son los blogs. Pero yo creo que el regreso al blog (y también a Facebook, a quien le auguro una segunda juventud con el coronavirus) pasa por algo más, en los tiempos tan rápidos que vivimos. Lo cuento a partir de una observación personal: yo empecé estos días intentando obtener información por Twitter. A mí Twitter me genera una doble reacción: me parece interesante como medio de información rápida y me produce gran rechazo la "barra de borrachos" siempre dispuestos a opinar de cualquier cosa. A veces me puede más una cosa y lo sigo, y otras me surge el desprecio y lo dejo de consultar, incluso durante meses. Pues bien, como decía, seguí mucho Twitter, a primeros de marzo, ante la creciente preocupación por el coronavirus. Incluso me activé participando y escribiendo mis comentarios. Pero de unos días a ahora, sinceramente, ya no puedo más. Es un ciclo, lo sé, pero como muchos otros redescubro la necesidad de escribir algo más y aquí está el blog.

En los próximos días quiero publicar reflexiones sobre diversidad de temas. Como entre otras cosas me he convertido en maestro de mis hijos, quiero escribir sobre la importancia de la escuela como institución, ahora que la echamos tanto de menos. Paradojas de la vida, un terreno, la "sociología de la educación" del que no tengo especiales conocimientos, ahora atrae toda mi atención. Pero espero no quedarme aquí: quiero escribir sobre emociones, sobre miedo, soledad, comunicación virtual. Ya veremos qué sale.