domingo, 29 de marzo de 2020

La escuela: la institución

Hace unos años el sociólogo francés François Dubet publicó un libro traducido en español como "El declive de la institución" que tuve ocasión de reseñar en la REIS hace ya 17 años (¡Madre mía!). Ahí Dubet planteaba el declive de la consideración social en las sociedades contemporáneas de las profesiones dedicadas a instituir, es decir, a enseñar y a cuidar, como son los médicos, enfermeras y maestros. Venía a decirnos que, aunque estas profesiones habían sido claves en la constitución de las sociedades modernas, en las últimas décadas habían entrado en crisis y habían comenzado a verse fuertemente cuestionadas por la sociedad. En principio, en términos profesionales y salariales, con una pérdida de consideración, estatus y retribución acorde con su responsabilidad. Pero además, el declive de la institución venía por parte de la sociedad en sí misma, tan reflexiva ella (nótese el sarcasmo, hablaremos de ello en los próximos días...), que les había perdido el respeto y cuestionaba directamente su utilidad en la sociedad. ¡Cuántas veces se ha oido criticar a los maestros y sus tres (sic.) meses de vacaciones! ¡Cuántas veces se culpa a los médicos de fatalidades de la vida, que no saben hacer su trabajo o son directamente negligentes! Pues bien, era muy interesante cómo Dubet mostraba la dureza de estas profesiones, cómo se vivía la crítica desde dentro, pero a su vez daba por hecho un marco mental que hoy se ha venido abajo.

Hoy los médicos y profesionales sanitarios son los héroes de la sociedad. Ya veremos si eso lo acaban notando en sus salarios, pero esto es otra historia para cuando acabe esta pesadilla. Hoy, en realidad, quería centrarme en los que, en la etimología de la palabra, se dedican a instituir: los maestros. En francés para hablar de los maestros se usa, de hecho, la palabra instituteur-institutrice, términos -sobre todo el de institutriz- que están también en nuestro diccionario.

Se dice que estos días, al confinarnos en casa y cerrar las escuelas, nos hemos convertido en los maestros de nuestros hijos. Pero esto no es cierto, porque es imposible: nos falta lo más importante, que es la institución. No podemos ser maestros sin escuela. Esto no consiste en hacer deberes y tener una interacción virtual con los maestros, que, por otra parte, están también haciendo un esfuerzo titánico desde sus casas para mantener la chispa de la institución. Pero todo esto nos hace descubrir la inmensidad de su profesión de educadores, de institutores, de formadores de personas para la sociedad. Y a esto se añade la importancia de la institución de la escuela en sí, como lugar de socialización, de encuentro intergeneracional e intrageneracional, de relación con los iguales, en definitiva, como templo del saber, de la formación y de la construcción de la participación en la sociedad. De la ciudadanía, para ser rimbombantes, aunque en estos tiempos no toca serlo.

Y esto me produce, en fin, muchísima tristeza. ¿Qué va a ser de estos millones de niños que habrán perdido meses de escuela, de institución? Se habla de que los que menos tienen son los que se verán, sin duda, más afectados, y es del todo cierto. Algunos podemos transmitir saberes a nuestros hijos que otros, o no tienen, o no tienen tiempo o manera de hacerlo efectivamente. Pero afectará a todos. ¿Qué va a ser de esta generación que, durante un período importante de su infancia, no habrá podido ir a la escuela?

Saldremos de esta -eso dicen, aunque no todos, eso ya está claro-, y cuando salgamos la sociología tiene que servir para algo más que para decir cosas como las que hemos oído y leído en las últimas décadas, que si la "modernidad reflexiva", que si el "declive de la institución". Todo esto se ha acabado: si no salimos afirmando categóricamente que la escuela es la institución entre las instituciones, no valdrá la pena vivir en la sociedad que tengamos que refundar en el futuro más próximo.

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